Saturday, November 06, 2004

HOMENAJE AL MAESTRO, CON CARIÑO…




Querido Enrique:

Es el día del músico y tus amigos, tus colegas, pero sobre todo tus discípulos, hacemos el intento de plasmar de alguna manera la admiración, la gratitud, el cariño, la amistad que sentimos por ti. ¿Pero cómo decir con palabras, lo que no se puede precisamente decir con palabras? Tratando de aprisionar el tiempo en las manos, tratando de escrutar en esos 35 años que te conozco y en los 34 que llevo de alumno tuyo, no pueden vocablos como admiración, gratitud, cariño, amistad, reflejar todo lo que un maestro como tú ha despertado en mí desde que te conocí, primero como alumno tuyo de las clases de Historia de la Música en la Sección Normal del Conservatorio, luego compartiendo contigo las fructíferas sesiones semanales del taller de composición, más tarde acercándome como intérprete a tu obra vocal (a esa partitura perfecta que es Las Cumbres, a los arreglos de las canciones infantiles y de los villancicos andinos, a las canciones de Santiago el pajarero y a las De la lírica campesina que estrené en México), después, ya en mis últimos años en el Perú, como colega y amigo tuyo en las aulas de nuestro querido Conservatorio y por último, desde mi autoexilio mexicano, sintiendo tu fraterna amistad, tu generosidad de siempre, cada vez que tengo la fortuna de pisar suelo peruano.

Sé que la creación como la docencia son, por encima de muchas cosas, actos de generosidad; una, porque permite renovar las formas de expresión humana, la otra, porque abre el camino al pasado y desata el amor al conocimiento, y una y otra no cuajan si no son acciones emanadas de espíritus generosos. Ese eres tú: el espíritu generoso que nos ha legado obras sin las cuales nuestra música ni se explicaría ni se entendería (no necesito hacer aquí el recuento de un catálogo conocido y reconocido, premiado y aplaudido), pero, también, el guía que nos llevó de la mano por los difíciles senderos del arte de Euterpe a muchas generaciones de músicos peruanos

En lo personal, fue en tus clases de Historia que descubrí el sentido de conocer el pasado (todavía el Liber Usualis es uno de mis libros de cabecera y aún soy fan de las canciones de Walter van der Vogelwaide); fue en tu taller de composición que pasé del solfeo a la música, de la rutina al placer de la invención (yo era un lápiz, tú me sacaste punta, si no recuerdo mal tus propias palabras); fue, entre otras cosas, leyendo tus partituras que entendí que no hay tradición sin renovación y sin creación (tus Vivencias o tus Canciones con textos de Heraud son algunos de mis clásicos), y como el mejor antídoto contra el academicismo es el humor (¡quién se podría olvidar de tu inteligente y oportuno sentido del humor o de cuando tocabas Bach con sabor a jazz!), contigo aprendí que, en música, en arte, o en nuestra simple y cotidiana vida, “una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa” (ya en México, un día cualquiera, recordando tus inolvidables clases, me quedó clarísimo que Giovanni Gabrieli no era Juan Gabriel).
Dice Saramago que una palabra tira a la otra. De la imposibilidad de encontrar los términos con los cuales decirte lo que realmente quisiera en este merecido homenaje que te ofrenda la comunidad de músicos peruanos –porque, ¿cómo decir con palabras lo que no se puede precisamente decir con palabras?–, me ha salido este sencillo texto hilvanado y zurcido de recuerdos, de los mejores recuerdos de un maestro y un amigo entrañable.

Gracias Enrique por ser el maestro y el músico que eres; gracias por darnos tanto de ti, gracias por tu obra, por tu generosidad, gracias por existir.


AURELIO TELLO



http://enriqueiturriaga.blogspot.com/2004/11/homenaje-al-maestro-con-cario.html